Los Obeliscos de Egipto
- jaiver vergara
- 13 ago 2017
- 7 Min. de lectura
Las mismas observaciones contempladas en los capítulos anteriores se aplicarán para el caso de los obeliscos, esto en cuanto a la habilidad constructora de los autores; los obsesionados egiptólogos han hecho de la ciencia que indaga sobre los misterios de Egipto un dogma, fuera de él cualquier punto de vista diferente debe tacharse de herejía y como tal, termina siendo “satanizado”. Así funcionan los paradigmas que someten a cualquier precio la verdad para justificar el sempiterno engaño de nuestra Historia.

Ciertamente la construcción de las pirámides significó un descomunal despliegue de talento, recursos tanto humanos como materiales pero en especial de técnicas que incorporaban elevadísimos conocimientos matemáticos, astronómicos, de geología y de ingeniería. Mejor podríamos decir de todas las ciencias porque una disciplina científica no se desarrolla aisladamente de las otras. Levantar hoy día un edificio cualquiera requiere de un acervo acumulado de conocimientos arquitectónicos e ingenieriles, y disponer de instrumentos y herramientas que a su vez son producto de un proceso prolongado de desarrollo y experimentación continua que ha llevado muchos años. En el caso de Egipto no ha sido así, las explicaciones del cómo se erigieron los monumentos obedecen al afán de acondicionar y ensamblar elementos culturales que bien pudieran haber estado a la disposición de los pobladores del Valle del Nilo, tales como tradiciones, materiales, etc., para elaborar una fantasiosa argumentación que se cohesione con la historia de dicha civilización. Entonces tendríamos que consentir que si, por ejemplo, los egipcios usaban sogas para amarrar a sus animales o apuntalar los techos de sus casas, así mismo se podían utilizar para arrastrar gigantescas piedras. En el caso de los obeliscos, el problema de interpretación de las técnicas para su elaboración quizá pueda ser mucho más complejo de resolver antes de aceptar las cándidas razones de los egiptólogos.

Los obeliscos o “agujas” son pilares tallados en un solo bloque de piedra, de 4 lados de forma troncopiramidal (se estrechan hacia la cúspide) y coronados por una pirámide llamada “piramidón” o “benbem” según los egipcios. Sus cuatro caras tenían las mismas inscripciones y hacían referencia a la vida del faraón que los ordenaba erigir. Algunos de ellos medían 40 metros de altura con un peso de 1.200 toneladas, estos eran los más colosales, sin embargo también los había más pequeños aunque nunca fueron inferiores a 30 metros ni su peso menor de 800 kilogramos, lo que significa que siempre quisieron expresar majestuosidad en su significado y lo tenía, de acuerdo con el mito del dios Osiris. Según éste, el hermano de Osiris el envidioso Seth, lo asesina y descuartiza en 14 pedazos y los esparce por todo Egipto. Isis, la hermana y esposa del dios al enterarse de esta vileza se da a la tarea de reunir todas las piezas para su reconstrucción y lo logra pero no encontró el pene de su adorado esposo.

Osiris vuelve a la vida pero sin posibilidades de darle a Isis descendencia así es que la diosa elabora un falo de oro, se convierte en halcón y se posa sobre el quedando embarazada para dar a luz al gran dios Horus. A partir de este momento se inicia la construcción de los obeliscos en recordatorio al milagro que Isis obra para preservar la descendencia divina, no obstante, las llamadas “agujas de los faraones” iban a cumplir además una función práctica en consonancia con la compleja tecnología del Egipto antiguo.
Lo verdaderamente abrumador es el hecho que como símbolo de la virilidad, los obeliscos trascendieron Egipto siendo uno de los más preciados trofeos de saqueadores occidentales que, a su paso por el Valle del Nilo, expoliaron los tesoros que pudieron para adornar plazas y enriquecer sus museos. Franceses, ingleses, estadounidenses, alemanes, etc., en hordas desmedidas tomaron como propio el producto de milenios de esfuerzos de una civilización maravillosa por sus más elevadas cotas de conocimiento y sabiduría para convertir a Egipto en un empobrecido país como lo conocemos en la actualidad. Ahora, nos queda pendiente intuir cómo los antiguos constructores lograron la hazaña de extraer de la cantera el bloque en bruto para ser comedidamente tallado, pulido, transportado y colocado en su lugar de destino. Si se nos dificulta imaginar la extracción de bloques de varias decenas de toneladas para ser trasladados desde 900 kilómetros de Aswan para la construcción de las pirámides, como pudieron cumplir su cometido para movilizar moles de piedra de 800 toneladas o más? La respuesta de la egiptología a estas inquietudes ofende la inteligencia: con cinceles de cobre (material muy blando) muchos hombres cincelaban las tres caras visibles (las piedras usadas para tal propósito eran de granito, basalto gris o cuarcita, muy duras por cierto) luego (no se explica cómo) se tallaba con “sumo cuidado” la cara puesta al suelo y se introducían cuñas de madera para permitir el paso de cordeles (¿) que lo izarían, ya listo, simplemente se levantaba y se colocaba en rodillos también de madera. Todo parece simple, en ninguna inscripción o papiro se describe el método y por tal razón el procedimiento anotado es simplemente una pueril suposición porque solo en este primer paso (luego viene el transporte) con la más avanzada tecnología que conocemos sería prácticamente imposible hacerlo, como mínimo se requeriría poderosas grúas que obviamente no estaban al alcance de los egipcios. Continuamos con el relato oficial. Una vez arrancado de la roca madre el monolito es colocado en los muy mencionados rodillos de madera para su desplazamiento. La pregunta de algún incauto sería: si estamos en pleno desierto de donde provenían los árboles, que suponemos tendrían que ser muy numerosos porque la fricción y el peso harían que, con facilidad se fueran astillando. Como la cantera está cerca del rio Nilo no tendrían mucho problema, pero generalmente éstas se encuentran en una montaña y deslizar el obelisco cuesta abajo supondría un colosal riesgo de que se despeñase y quiebre. Ahora tendremos que resolver otro gran inconveniente, cómo acomodar el monolito en las barcazas diseñadas para la movilización por el rio, los “expertos” nos cuentan que inicialmente se abrían canales en la orilla del rio cuando éste estaba bajo, se colocaba el obelisco en la barcaza (cómo lo subían?) y se esperaba la crecida, el agua subía y asunto acabado, a esperar que llegue a los lugares de destino. Aclaramos que las únicas embarcaciones que existían en ese momento eran de madera (¿) y juncos, por lo tanto debemos asumir que estos enclenques medios de transporte podían soportar el peso de un gigante de 800 kilogramos (800 vehículos modernos) Dejemos al lado otros detalles que deben ser materia obligatoria de ingenieros sesudos, ahora concentrémonos en la colocación del obelisco en su lugar predeterminado. Fácil, dicen los entendidos, se abre un gran foso y a su lado se levanta una enorme rampa de arena, se coloca el monolito sobre la rampa y se desliza hasta alcanzar su verticalidad. Por supuesto surgen nuevas preguntas a resolver en este procedimiento que no nos ocuparemos de ello en este estudio, solo lo dejamos a consideración del lector. Ya se dijo que de Egipto los saqueadores de tesoros arqueológicos se llevaron obeliscos a sus países para vanagloriar su presencia en sus plazas, esto no es más que un descarado robo del patrimonio de la nación egipcia. Pues bien y para desmoronar el esquema ortodoxo de la construcción de las “agujas” en 1.880 llegó a New York un obelisco egipcio que posteriormente iba a decorar su Central Park. Muchos fueron los problemas que se encontraron para desplazar la pieza desde el puerto hasta el parque en mención: se tuvo que fabricar un tren especial para tal efecto, que avanzó por las vías a una velocidad de 30 metros en un día, tardaron un mes en cruzar el Central Park trabajando noche y día sin descanso y la colocación en su emplazamiento se efectuó con varias súper grúas. Si a finales del siglo XIX resultó tan laboriosa la movilidad del monumento en pocos kilómetros, cómo no lo sería hace más de 4.000 años a través de 900 kilómetros con primitivas herramientas y medios de transporte artesanales? A continuación incorporaremos al misterio de los tesoros egipcios el obelisco más grande que se haya esculpido y que por razones desconocidas nunca salió de la cantera.

Hatshetsup (1490–1468 a. C) Es una de las 5 mujeres que reinaron Egipto en su largo período dinástico que se prolongó por 3.000 años y no fue una persona cualquiera, se le consideró muy carismática, ambiciosa, culta que si bien es cierto llegó al poder por una especie de golpe de estado, gobernó Egipto durante 22 años tiempo en el cual limitó considerablemente la actividad militar de conquista y dominio y concentró su actividad como gobernante en las actividades comerciales y culturales, lo que significó para Egipto una época de paz y prosperidad
Rasgo especial de la personalidad de esta reina fue haber proyectado una imagen más masculina que femenina, vistiendo como hombre y asintiendo la postura de la barba postiza en sus efigies (como se nota en la foto). Quizá la soberana adoptó esta postura más por conveniencia y no por inclinación sexual (no se demuestra este hecho) ya que el dominio patriarcal era prevaleciente en la gobernanza del legendario Egipto y ella tenía que adaptarse a la tradición para evitar contratiempos en su reinado. Como legado de Hatshepsut se encuentra uno de los palacios más hermosos construido en Egipto pero llama poderosamente la atención su avidez por erigir el obelisco más grande que se haya conmemorado a faraón alguno, sin embargo la reina jamás lo pudo contemplar terminado, en tanto que, por razones desconocidas nunca salió de la cantera.

Mide 42 metros y pesa cerca de 1.200 toneladas! Sus aristas son perfectamente rectas, el ángulo de degradación es exacto en las aristas visibles, el pulido de la pieza, aun estando incrustada en el lecho rocoso no deja duda de la gran técnica que usaron los trabajadores. Ahora observemos un último detalle, entre el obelisco y la roca madre hay un estrecho corredor que nos obliga a pensar era el espacio requerido para permitirle a los canteros la talla del monolito, sin embargo, en un acercamiento fotográfico aparece otra sorpresa.

En la pared hay unas marcas onduladas que definitivamente no obedecen a la acción de un cincelado como lo proponen los oficialistas. Todo nos hace pensar que, tanto por este motivo como los planteados con anterioridad en esta monumental tarea se usó algún tipo de tecnología que no logramos vislumbrar con ojos del siglo XXI.

Tenemos así mismo teorías de teorías sobre los obeliscos, unos opinan que eran pararrayos, otros que era parte de la ornamentación de las fachadas de los templos pero hay quienes opinan que podían ser dispositivos para transmitir energía o antenas ya que los piramidones o ápices generalmente eran metálicos además, en la composición de la piedra de los obeliscos se encuentra gran cantidad de cuarzo, material que es bien conocido por sus cualidades eléctricas. Próximo capítulo: Otras construcción
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